el camino

"¿Adónde te crees que vas
Y de dónde crees que vienes?"
Preguntaba el viejo al verme marchar
Muerto de hambre y sed
"Si no tienes rumbo
Chico, estás perdido"
Yo le respondí "voy hacia el sol
Y vengo del camino"

martes, 23 de agosto de 2011

Miguel d’Ors "Curso superior de ignorancia" y otros poemas

Miguel d’Ors nació en Santiago de Compostela el día de Navidad de 1946. Es hijo del jurista Álvaro d’Ors y nieto de Eugenio d’Ors. Cursó estudios de bachillerato en Santiago y Pamplona, y la carrera de Filosofía y Letras (Filología Románica) en la Universidad de Navarra, en la que fue profesor desde 1969 hasta 1979. En esta fecha pasó a la Universidad de Granada como profesor adjunto.

Blues del propósito de la enmienda


Ahora que ya se aleja mi juventud y escucho
cada tarde más pálido el rumor
de aquel baile encendido (y sin embargo sigo
idiota y migueldors de arriba abajo),
alguna de esas horas en que dentro de mí
está lloviendo y lunes, me digo y me repito:
«Esta vez va de veras, de hoy no pasa, propósito
de la enmienda.» Y me juro
—desde luego, mintiendo más que una
campaña electoral— quemar todos los libros
y retirarme a algún lugar vivible
en donde dedicarme a la Vulgaridad
y, si me queda tiempo,
a la contemplación de los Universales.
Por ejemplo Cambados, costa de Pontevedra,
donde no sé si les oiseaux sont ivres
pero me da lo mismo.

19-IV-83


Otro poema de amor

Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo

y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.


13-I-84


Octubre en la ventana

Atardece la vega. Nubarrones de bronce
ponen el horizonte romántico. Difusos
encinares, cortijos, llamaradas de chopos.
Una brisa amarilla riza los olivares.

Se me va la mirada hacia el silencio
de oro. Y sin embargo el corazón
me dice que este campo no es mi campo
ni mi cielo este cielo,
que toda esa hermosura no ha nacido
de la sangre de mis antepasados...

Apoyo en la ventana pensativa
mi soledad. Contemplo
las sombras de los montes alargándose.
Son bellos esos pinos,
pero cuando los miro sólo veo
pinos: no hay nada de mi vida en ellos,
no está bajo sus copas mi infancia cristalina
jugando a federales con los primos.

Se va la tarde y yo me voy con ella
hacia la lluvia lenta de mi patria.


6-X-84, subiendo a Los Alayos

El tema de España

Y cuando ya por fin me he decidido
a apretar el gatillo
y soltarle a la Patria en pleno rostrum
esa opinión que llevo entre los dientes,
como un muelle contraído, desde los reyes godos;
cuando lo de esta vez ya es demasiado
y ya me encuentro en el apunten, fue
llega de pronto el vino del Ribeiro
o los esparraguicos de Tudela,
o llega, qué sé yo, las hayas de Tacheras,
un olor sevillano,
unas cuantas montañas, Las Meninas,
palabras de Cervantes, Machado, Garcilaso,
«un no sé qué que quedan balbuciendo»,
y el grito retrocede silenciosa-
mente, rabo entre piernas,
y en el fondo de mí la sangre se avergüenza
de haberle sido infiel a tanta España...
hasta que se presenta
la «canción española» con su olor a sobaco,
Goya con la familia de cacacarlos IV,
Pamplona venerando a San Fermín obispo
con cogorza coral
y coitos interruptos en todos los idiomas
—veneración venérea—,
nuestra invencible selección de fútbol
que una vez más regresa triunfalmente
zurrada 4 a 0, nuestros retretes públicos
(quizá nuestro más típico género literario),
nuestros transportes públicos,
nuestras mujeres ídem, tan prolíficas,
o viene miguel d’ors, sin ir más lejos,
mi alter ego manchego,
y entonces enrojezco como el Etna, ya basta,
ni hablar de seguir siendo parte de este sainete,
hasta aquí hemos llegado, se acabó
(regrese, por favor, al primer verso)

10/11-II-85

Palabras. Nada

A José Luis García Martín

Allá la iglesia humilde asomándose apenas
entre las carballeiras, allá el monte Coirego
con su corona fresca de eucaliptus,
y las risas desnudas de los niños
que juegan con el río,
y la pompa barroca de las parras,
y las voces queridas que vuelven con las vacas
y comentan la lluvia. Allá... Muy lejos.

Aquí, en mi noche sola y extranjera,
unas palabras torpes, agrupadas
para salvar —ilusas— la distancia:
«Allá la iglesia humilde asomándose apenas...»
Tinta sobre papel. Palabras. Nada.

17-IX-85

Camino de imperfección

Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
«Esto va mal», me dijo un día el espejo.
«Tienes que corregirte».
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Muy modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes.
O sea
un vanidoso inaguantable
viejo.

Carta

A ti, que serás siempre La Ignorada,
a ti, qúe llegaste a quién sabe qué lugar
cuando yo acababa, ay, de salir de él,
o perdiste aquel tren, no sé cuál, que te hubiera traído
al centro de mi vida,
o estabas en un banco de algún parque
un día que yo no quise pasear entre las hojas verlenianas,
a ti,
por la chacarera de tu mirada que nunca he visto,
por ese corazón que desconozco y es como una playa de
setiembre,
a ti, por todo lo que me habría obligado a amarte,
a ti, que me habrías amado hasta nunca,
que ahora puedes estar llorando
en la luz fría de una habitación de hotel,
o con tus hijos en el British Museum,
o ves el arco iris en una telaraña,
o piensas en mí sin saber que soy yo,
a ti, retrospectiva, condicional, perdida,
dondequiera que estés,
este poema.

Contraste

Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,

y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.

De misterio

¿Quién soy
-Este intervalo de misterio
entre la rosa ardiente que corto para ti
y la rosa sombría que mi mano te tiende.


Calendario perpetuo

El lunes es el nombre de la lluvia
cuando la vida viene tan malintencionada
que parece la vida.

El martes es que lejos pasan trenes
en los que nunca vamos.

El miércoles es jueves, viernes, nada.

El sábado promete, el domingo no cumple
y aquí llega otra vez -o ni siquiera otra:
la misma vez- la lluvia de los lunes.

De "La música extremada"

Es lo que llaman gloria

Desconocidos que te escriben cartas.
En tus versos, confiesan -entre un torpe amasijo
de entusiasmo, inocencia y metáforas ciegas-,
reconocen su vida.

Muchachos que han quemado unos pedazos
de sus mejores años componiendo,
con la más despiadada sinceridad, poemas
tuyos (que te parecen tan mediocres
como los tuyos tuyos).

Antologizadores que te ponen,
como ropas extrañas, adjetivos,
etiquetas, propósitos que jamás soñarías.

Amigas de tus hijas que te estudian en Lengua
y que tienen que hacer un comentario
de texto (¿o cementerio?) y te preguntan
sobre las estructuras.

Hispanistas que vienen a enseñarte quién eres.

Y tú siempre dudando -y dudando tus dudas-
si es que ellos no se enteran
de nada, o si tal vez están burlándose
de ti, confabulados
en una broma cósmica (pero esto me parece
demasiada crueldad para ser verosímil),
o si acaso -y entonces eres tú
quien no se entera- de tu boca sale
la voz incandescente de un algún ángel
-pero esto es ya ponerse demasiado sublime-.

Sólo hay dos cosas claras:
que por alguna parte hay un malentendido
y que todo este embrollo
es lo que llaman Gloria.

De "Poesías escogidas"

Esposa

Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Alguien que está fuera del tiempo, siempre
detrás del invisible umbral del aire.

De "Chrónica"

Variaciones sobre un tema de Stevens

No es el canto del mirlo: es el silencio
que nos deja, un silencio
que es algo diferente del silencio
porque en él suena aún el recuerdo del canto
del mirlo. Ni silencio
ni canto: lo que ocurre cuando el canto
ya ha acabado y aún no ha empezado el silencio.
Puedes llamarlo el alma.

De "La imagen de su cara"


Nocturno (frustrado)

A Carlos Murciano

Maldito Baudelaire, malditos Goethe y Borges,
que ahora que contemplo
la luna no me dejan ver
la luna.


9-I-81


Ciudad en mí

(Santiago)

«Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo.»

(Rosalía de Castro, En las orillas del Sar,
«Santa Escolástica», III, 1).

Yo no pude elegir: abrí los ojos
y la vida era lluvia y noche y piedra, y sólo
el húmedo reflejo de un farol gemebundo;
yo no tuve la culpa si invadieron mis sueños
las campanadas grises, el musgo, los paraguas
litúrgicos, aquellas nubes pétreas;
yo no tengo la culpa si esa melancolía
fue mi patria nativa, la costumbre
de mis años silvestres; y tampoco si ahora
llevo conmigo, dentro, aquella lluvia y lluvia
y lluvia que ponía
—...martes, miércoles, jueves...— pensativas
las piedras de Santiago.

28-XI-75

Es doloroso estar tras el poema...

Es doloroso estar tras el poema,
viendo el verso por dentro,
estar en el reverso del prodigio
igual que el tejedor al otro lado
de su tapiz o como el farero en su torre
o el hombre del guiñol entre sus hilos.

Es doloroso sostener la magia
justo por lo que tiene
de mecanismo y de monotonía
y no poder estar entre esas gentes
cuyo rumor me llega como a través de un muro.


7-II-74

D’Os

Yo hablo de lluvias y campanas, de sendas de hojarasca,
hablo del olor cálido y a oscuras de los establos,
de robles, de Wyoming, de la luz que ilumina mi memoria,
de las gaviotas que con su vuelo quieto
hacen la tarde tan hermosa
como un anuncio de la tarde...

Me pregunto
de qué estará hablando
en mis versos
ese desconocido
llamado
yo.


Principio para un poema autobiográfico prologal

Yo soy aquel que ayer no más (si ayer
puede significar «hace dieciocho años»)
cantaba del amor y del olvido.
O, para ser exacto, de no sé qué campanas
que oía algunas tardes no sé dónde
-pero sin duda alguna allá por el ensueño-
por motivos, supongo, de endocrinología
(veintimuypocos años, y con Saturno encima
llenándome y llenándome, sigiloso e imparable
como esos camareros de restaurante bien,
mi copa de tenaz melancolía,
y, completando el cuadro -clínico, lo repito-,
alguna que otra tierna compañera de apuntes
con, por ejemplo, una manera angélica
de pronunciar together en primero de inglés
o un pañuelo estampado con momentos de hipódromo
-consúltese el poema, que entonces me encantaba,
«Agora qu’inda é tempo de cireixas»-),
y también de esa atmósfera
pura, cálida, azul, paradisíaca
... y, la verdad, notablemente apócrifa
que los críticos llaman «recuerdo de la infancia»
y más o menos sirve de escondrijo
-porque algo hay que buscarse-
cuando desde muy dentro nos acosan
como perros furiosos ciertas cosas
que mire usted por dónde
no son sino las negras consecuencias
de lo que fue realmente nuestra infancia.