No es vano andar por el camino incierto
de un extraño país, si con la tarde
se acercan las muchachas para verte
pasar, y se enamoran. Oh, tú escoge
la que de hermoso cuerpo llorar sepa
más tiernamente tu partida. Allí
tu don deja en su vientre, de tus labios
incomprensibles las palabras salgan
y turbadoras. Tiembla si en tu pecho
su cabeza descansa con fatiga
después, mirándote a los ojos. Tú,
con los primeros astros del verano,
levántate del lecho y deja el bosque.
Tu nombre no lo sepa. Ya, extranjero,
puedes silbar, el occidente muere
de roja luz de sol, dormirás solo,
con la tibieza de la noche encima.
Tiempo de recordar las amarguras
de tu pequeña vida, los dos ojos
cierras para dormir y se humedecen
como las flores en el alba. Sueña
que hay Dios, y que hay amor en el camino,
y que tus hijos crecerán hermosos.
de Francisco Brines, Las Brasas, 1960.
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