Lo ha escrito él mismo: 'Sólo soy a ratos'. Y, es cierto, hay al menos dos Paneros dentro de Leopoldo María Panero: el que se siente solo y el que dice sentirse acompañado 'por los gremlims', el que sabe de memoria muchos de sus poemas y los teléfonos de sus editores y el que contesta con un lacónico 'no sé', el que no busca más que ser 'una persona normal' y el que se considera la reencarnación de Charles Baudelaire, el que pide voluntariamente su ingreso en un sanatorio y el que clama por salir de él.
El día en que tuvo lugar esta conversación, uno de los tantos Paneros posibles acudió a la recepción del hospital psiquiátrico de Las Palmas escuchando en un walkman a Los Chichos -'me gusta la marcha, la pachanga. También Alban Berg y Stockhausen'- y con una bolsa de tela al hombro de la que a lo largo de las horas fue sacando unas gafas de concha, varias cintas y un puñado de libros, entre ellos, un ejemplar del Locus Solus, de Raymond Roussel, otro de las poesías de Emily Dickinson, traducidas por Silvina Ocampo, y el original ajado de Prueba de vida, la particular autobiografía 'de la muerte' en la que lleva meses trabajando. Una vez en la sala de visitas del sanatorio, Panero se derrumbó en un sillón y sacó uno de los tres paquetes de cigarrillos que llevaba en el bolsillo de la camisa. Salvo a la hora de la comida, nunca dejaría de fumar. Lo hace compulsivamente, sin solución de continuidad, mientras bebe litros de café y coca-cola. 'Hay mucha gente rara en este sanatorio', afirmó nada más llegar. 'Esto parece una mezcla entre el Folies Bergère y el infierno de Dante. Estoy deseando marcharme. Aquí no hacen más que torturarme'.
PREGUNTA. ¿El título de su último libro, Me amarás cuando esté muerto, expresa su estado de ánimo actual?
RESPUESTA. Yo quería ponerle Tango, que es un título que me gusta, pero José Águedo Olivares le puso ése, que me parece de fotonovela.
P. Pero el amor aparece constantemente en sus poemas.
R. No creo ni en el amor ni en los poemas de amor. No hay manera de expresarlo. 'Con tus labios, pero sin decirlo', escribió en su único poema de amor Mallarmé, que dijo también: 'La destrucción fue mi Beatriz'. En mi caso fue igual. No creo en la poesía amorosa porque no creo en la poesía caritativa. Ni siquiera creo en la vida.
P. ¿En qué cree?
R. En la poesía técnicamente bien escrita. En la del propio Mallarmé, por ejemplo. Lo sigo leyendo a diario. Tengo tres ediciones de su obra.
P. ¿Lee poesía española? ¿A sus contemporáneos?
R. A Gimferrer y a Félix de Azúa. Pero, sobre todo, el barroco: Góngora, Quevedo no tanto. Juan de Jáuregui, los Argensola, el conde de Villamediana. ¿Del siglo XX? Una gota de Cernuda y una gota de Lorca. De Lorca me gustan sobre todo los Sonetos del amor oscuro, y nada Poeta en Nueva York. De los posteriores me gustan Gil de Biedma y Claudio Rodríguez. No me gusta nada Valente. Murió ¿verdad? Lo que me gusta de verdad es la poesía norteamericana moderna (cummings, Allan Tate, Marianne Moore...), pero no la poesía beat (Ferlingetti, y todos esos). No me gusta la poesía conversacional. Hay dos líneas en la poesía norteamericana: una que viene de Whitman (coloquial y prosaica) y otra que viene de Poe (esteticista y perfecta). Ésta es la que me interesa a mí.
P. En su último libro, la poesía es a la vez la pura vida y la enemiga de la vida. ¿Es la salvación o es la condena?
R. Aquí dentro es la única esperanza. Escribir es todo lo que se puede hacer en un manicomio. Aquí te das cuenta de que Kafka es un escritor realista. Como Beckett, del que un loco me ha robado los poemas. La suya es una escritura inhumana. De todos modos, después de Pound en poesía y de Joyce en novela -y eso que los poemas que intercala en el Ulises son muy cursis- se ha terminado la literatura y sólo queda un libro por interpretar: el Apocalipsis. Todo lenguaje es un sistema de citas. Toda escritura es palimpsesto. Pero la única esperanza.
P. ¿Sigue pensando que la poesía demuestra que la locura existe?
R. Yo seré un monstruo, pero no estoy loco.
P. ¿Por qué dice eso?
R. Porque me veo monstruoso. Aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fueran niños.
P. ¿Existe, pues, la locura?
R. La locura existe, no así su curación. Al contrario de lo que se piensa, lo malo es el consciente, no el inconsciente. Como decía Rousseau, el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo vuelve monstruoso.
P. Es muy crítico con la psiquiatría.
R. La psiquiatría es una estafa. La psiquiatría delira. Eso lo demostró perfectamente Foucault en su historia de la locura, que es un estudio metodológico de la psiquiatría como delirio. Los manicomios, las cárceles y los cuarteles son lugares de privación de la vida. Los manicomios son el Estado de no-derecho, por eso para mí salir de aquí cada día es como el descendimiento de la cruz. Por la noche vuelven a clavarme.
P. Pero podría marcharse si quisiera.
R. He pedido el alta mil veces. Yo no quiero estar aquí. Nadie se ahorca con sombrero, como decía Gérard de Nerval. Aquí odian el pensamiento, como en toda España. Por eso delirar y soñar es una defensa. Y por eso para 'curarte' se empeñan en quitarte las fantasías.
P. ¿Cree que es una muestra en miniatura de la sociedad?
R. La locura, en los países occidentales, no es que esté perseguida, es que está prohibida. Por eso también las sospechas que hay sobre el ocultismo, porque está prohibida la fantasía. En los barrios obreros, la locura está más tolerada que en los barrios burgueses porque no hay censura. Como en el campo, donde el tonto del pueblo no es una bestia aparte. Aquí se persigue al loco porque invade el territorio de la gente. Los niños son los únicos locos tolerados. Pero como decía Blake, si el loco persevera en su locura termina siendo sabio.
P. ¿Por qué cita constantemente?
R. Para ser escuchado y creído. Y no desoído sistemáticamente, como siempre.
P. ¿Está cansado de que le consideren un maldito?
R. Harto. Lo he dicho muchas veces: que no usen mi torpe biografía para juzgarme. Todo ese rollo vendrá de que tiene morbo que esté en un manicomio, digo yo. Estoy harto de los malditos, harto de ser el loco, harto de ser Leopoldo María Panero. Quiero ser un hombre común. Si me dieran el Nobel haría un discurso en inglés titulado Against Spain, Contra España. Y me iría a vivir a París.
P. ¿Tampoco se siente entendido por sus críticos y sus biógrafos?
R. No me gusta la crítica. Además, de esos libros yo no he visto ni un duro. Como decía Yeats en su poema The Scholars: '¿Qué habrían hecho si hubieran encontrado a su Catulo?'.
P. ¿Por eso ha decidido escribir su propia autobiografía?
R. Mi autobiografía se llama Prueba de vida porque en Barcelona los Caballeros de Cristo Rey intentaron matarme, o sea, probarme. Es lo más cruel que haya escrito nunca, me he vuelto medio loco escribiéndola, aunque un editor me dijo que hable de mis amigos. Ni que esto fuera Corazón, de Edmundo d'Amicis. Como si fuera mi diario.
P. ¿Nunca ha escrito un diario?
R. De niño. De pequeño yo era autista, como Einstein, y pensaba que el mundo había sido hecho para mi mal. A los cuatro años, como no sabía escribir, le dictaba poemas a mi madre: 'Y mi corazón temblaba / pero era un sueño / y fueron muriendo muchos soldados de la guardia del Rey / pero mi corazón seguía temblando'. Eran poemas perfectos, como de Wallace Stevens. A Dámaso Alonso le gustaron mucho. Mis padres estaban aterrorizados.
P. ¿Fue un niño feliz?
R. La época más feliz de mi vida fue la de los novísimos, que fue un invento de Gimferrer. Sí, aquellos años, cuando conocí a Gimferrer y a Ignacio Prat. Lo malo vino con un intento de suicidio. Estaba en una pensión de Barcelona y entró la señora de la casa, me vio con las pastillas al lado y me dijo: '¿Pero es que va usted a hacer lo mismo que Marilyn Monroe?'. Me fui a la calle y en la puerta me encontraron en coma. Luego empezó toda esta historia de los manicomios, que me destruyeron más que la bebida.
P. ¿Habla en la autobiografía de su militancia antifranquista?
R. Me metí en el PCE en sexto de bachillerato. Llevaba a casa la cartera llena de libros de estética marxista.
P. ¿Cómo cree que ha evolucionado la democracia en España?
R. Es una tragedia de una horrorosa sordidez en la que al proletariado, tras 40 años sin ideología, no le queda más que la picaresca. Eso es España. Éste es un país de sudorosos obsesionados con el fútbol y con los toros por culpa de la represión sexual. Son tan machos...
P. ¿Sigue la política? ¿Lee la prensa?
R. Los periódicos en España han tenido que elegir entre la locura y la verdad, y tanto los que han elegido una cosa como la otra han elegido bien, porque las dos se parecen mucho. ¿Qué es la verdad? Ésa es la pregunta de Pilatos en la Biblia, que es el libro sagrado de los españoles que no lo han leído. El único malestar en la cultura y la única revolución posible es la de la locura, que debiera ser un cambio y no un trastorno en la percepción.
P. ¿Todavía cree en la revolución?
R. Hay que replantearse la revolución. Hay que incluir a las mujeres y a los homosexuales. Más que cambiar el mundo, como decía Marx, hay que cambiar la vida, como decía Rimbaud. Hay que ir a una micropolítica de situación. Esto lo sabían perfectamente Guy Debord y los situacionistas. Hay que cambiar la manera de percibir el mundo.
P. ¿Ni la poesía ni la filosofía han ayudado a ese cambio?
R. De la filosofía, y de la religión, me interesa Spinoza. Heidegger es muy simplón. De los modernos, Deleuze, que se suicidó por no ser viejo, como Paul y Laura Lafargue, la hija de Marx.
P. ¿Usted tiene miedo de envejecer?
R. No me da miedo, pero no me gusta nada. Un joven piensa como un dios, un viejo, como un miserable. Aunque la juventud, lo dice Villon citando el Eclesiastés, no es más que abuso e ignorancia.
El hombre solo
'VIVO DENTRO de la fantasía paranoica del fin del mundo y no sólo no quiero salir de ella, sino que pretendo que los demás entren en ella', escribió Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) en 1970 en su poética para la mítica antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles (Península). Treinta años después, Panero es el loco oficial de la literatura española, un papel en el que él parece sentirse incómodamente a gusto, como con todos los tópicos que le han ido cayendo encima: el último poeta, el primer tabú de la literatura española... De sus editores y de los directores de las películas en las que ha participado -El desencanto (1976), de Jaime Chávarri, y Después de tantos años (1994), del desaparecido Ricardo Franco- se queja porque cree que le estafan, y de sus hermanos y compañeros de generación, porque dice que lo han dejado solo: 'Más solo que yo, imposible'. El día de la entrevista, tenía la esperanza de que el Nobel concedido finalmente a V. S. Naipaul fuera a parar a él. Esa misma mañana fue al banco, en Las Palmas, y se aseguró de que sus libros estaban en algunas librerías. Curiosamente, la compulsión de su escritura ha hecho que sus recientes Poesías completas (Visor) hayan quedado instantáneamente desbordadas por dos nuevos títulos: Águila contra el hombre. Poemas para un suicidamiento (Valdemar) y Me amarás cuando esté muerto (Lumen), escrito en colaboración con José Águedo Olivares, con el que publicará en febrero ¿Quién soy yo? Apuntes para una poesía sin autor (Pre-Textos) y con el que ha roto ya toda relación. A lo largo de la conversación, Panero insiste en que quiere volver a participar en Crónicas marcianas: 'Eran cien mil y el viaje en avión a Barcelona. Pon también que puedo hacer un anuncio de Coca-Cola: 'El monstruo bebe coca-cola, glup, glup'. De cuando en cuando se queda callado largo rato y enseguida vuelve a hablar de Cristo y del Anticristo, su tema comodín. 'La clave de mi adición-reducción teosófica es 35, la misma que la de Jesucristo. La cifra suma 8, el número que tumbado es el signo del infinito'. Ha seguido las últimas noticias y no cree que Bin Laden encarne el mal absoluto. Tampoco lo tiene claro. Luego lanza una teoría maquiavélica sobre la CIA y la guerra. Finalmente musita: 'Tengo miedo'. J. R. M.
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