Ésta es la noche sorprendente;
surge, de un mundo oscuro, la soledad, y se une a la alegría,
y anda libre el deseo en pos de su inminencia.
El alborozo de los ojos desnuda a la ciudad,
hermosa igual que un firmamento.
Quizás hallemos hoy la dicha,
pues cada sábado nocturno, en estas calles, la hace siempre posible,
sin que, a primeras horas, aún importe la edad.
Cabinas telefónicas en donde la memoria marca secretos números,
o bares sucesivos y abundantes esquinas,
te ofrecen la belleza que persigues,
y para disfrutarla tú dispondrás después de alguna oscuridad.
Y todo podrá ser, porque lo fue otras veces.
Mas no te sientas nunca el dueño de la noche:
son rostros numerosos, y también desatentos;
puede el hado no serte favorable,
y hace algún tiempo ya que lo sabes hostil.
Mas no abandones nunca la esperanza
de ese dormir, si en ello va tu vida:
cansado, y por rutina, busca atento
el rostro alegre y ciego de tanta juventud.
Francisco Brines, Insistencias en Luzbel, 1977.
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